¡Ya basta!
“¿Cuándo?” - Fue la pregunta que se repitió
varias veces mirando el reloj. Y allí se quedó observando el paso sincronizado
de las manecillas, como tratando de encontrar respuestas a esa espera vana que
nuevamente golpeaba sus sienes, sumergiéndola en tantas pesadumbres.
¿Seguir
esperando? ¿Para qué?, si ya habían pasado por su ventana demasiadas luces y
sombras y ninguna trajo a cuestas lo añorado.
Abrió la
puerta; las ráfagas del viento invernal la sobrecogieron. Levantó su chalina
hasta cubrir medio rostro, apretó el abrigo contra el pecho, y se largó
angustiada por el oscuro callejón.
¿Adónde
iba? Qué importancia tenía... Tampoco era necesario saber en busca de qué o de
quién, cuando ella misma no conocía las respuestas.
Sólo
hurgando en su pasado aparecerían aquellos pequeños fantasmas que integraban la
trouppe de sus desventuras, y de los cuales
escuchaba ininterrumpidamente sus
lejanas risas.
Caminó apresurada, como
si llevara un rumbo definido.
Llegó al río, bajó los
peldaños de la escalerilla que la acercaban al agua y se sentó a observar...
¡Ahí
estaban! Sobre la plácida quietud: los ojitos claros, las rubias cabelleras, y dos pequeñas vocecitas llamándola: “Mamá... Mamá...”
Y allá fue
a buscarlos.
¡Ya basta!
No quiso esperar más...
Lucía Giaquinto
De mi libro: "Desde las mutilaciones"